Luis Horacio Hernández Treviño

La ciudad de los bosques y la niebla es un libro compuesto de varios relatos de miedo escritos por Emiliano González que fueron publicados entre 1967 y 1996, recogidos y seleccionados por Miguel Lupián. En él existen relatos cuyos efectos oscilan entre el terror, ese vacío provocado por un extrañamiento, por una fisura en la propia realidad, y una atracción, primitiva y agridulce con sabor a miedo y deseo, a lo desconocido. Estos efectos están otorgados por la delicada urdimbre de un estilo elegante y sostenido, un estilo que encamina la visión del lector hacia los márgenes de las aguas tranquilas de un estanque que devuelve extraños reflejos. Las atmósferas creadas por el escritor difícilmente se irán de los sentidos del lector después de haberlas vivido. En efecto, en este libro las atmósferas se viven en cada bosque, cada estanque, cada desolada carretera, cada restaurante y cada habitación oscura en la que de pronto nos advertimos inmersos y de la que nos resulta difícil salir.

Los relatos, como es acostumbrado por Emiliano González, dialogan exquisita y constantemente con diversas tradiciones, lo cual dota a cada relato de un sentido que se encuentra configurado, por ejemplo, en algún texto antiguo, en religiones perdidas, o en el maravilloso modernismo. Esta es una de las causas de la gran potencia que las imágenes adquieren en los relatos, en los que ninguna palabra está puesta por azar, sino que cada una de ellas se vuelve un espejo ante el cual se reflejan los actores de mundos que yacían empolvados y dormidos. La mayoría de estos relatos guardan un elemento sobrenatural y sus temas van del vampirismo, la brujería y la licantropía, al horror cósmico, la ufología y la ciencia ficción. Cabe mencionar aquí que muchos de los relatos contienen un componente erótico latente y una descripción maravillosa, siempre atravesadas por el efecto del miedo. La pluma de Emiliano González es bondadosa y exigente con su lector, al que gratifica la imaginación y la lectura devota que precisa, con una vacilación temerosa al apagar la luz.

El denominador común de los textos que pueblan La ciudad de los bosques y la niebla es la brevedad. Esa síntesis desgarradora es parte del efecto. El apartado “El estanque”, por ejemplo, está conformado por minificciones: pequeños relatos de apenas uno o dos párrafos, algunos de los cuales están dotados de una magistral ironía, y otros en los que el lector no puede más que perderse y revolverse, leer y repetir para apreciar las imágenes y el sentido que va revelándose lentamente, con cada lectura, esparciendo poco a poco su tinta como si se tratase de una antigua fotografía polaroid cuya imagen en el fondo hubiéramos deseado no haber revelado.

Es un libro en el que internarse resulta placentero y aterrador, como ingresar a un oscuro túnel del que no es posible salir si no del otro lado, no es posible suspender la andanza una vez iniciada. Son relatos extraordinarios construidos a través de años cuyas deliciosas páginas nos dejan siempre vibrantes de esa sensación en la que el raciocinio no cabe. Cada una de las secciones alimenta a los que buscan un sentimiento de insuficiencia racional. Este libro es canela en rama para aquellos con hambre metafísica; una aparición para los escépticos; una vereda perversa y seductora para los primerizos en el género y una vuelta de tuerca para los más experimentados. Cada relato es un enchinador de piel, proveedor de inquietud en el estómago. La ciudad de los bosques y la niebla es un libro que aguarda y acecha a quienes se encuentran perdidos en un solitario camino nocturno.

la ciudad de los bosques